Historia Militar
«Bestias nazis», los verdugos más sádicos del Tercer Reich
Día 29/10/2013 - 07.55h
Jesús Hernández rememora en su nuevo libro las espeluznantes actividades de cinco de los sirvientes más sanguinarios del Führer
Sadismo, crueldad, y, sobre todo, una frialdad imposible de
entender. Sin duda, estos son los atributos que asaltan la mente cuando
se piensa en los soldados que, a las órdenes de Hitler, jugaron con la
vida de cientos de miles de personas durante la II Guerra Mundial. Sin
embargo, se quedan cortos a la hora de definir a insignes nazis como Amon Göth –un capitán de las SS que practicaba puntería a diario con los prisioneros del campo de concentración que dirigía- o Ilse Koch
–acusada de fabricar lámparas con la piel de decenas de judíos-. Si
algo ha demostrado la Historia, es que la brutalidad del ser humano
puede ser infinita.
A lo largo del tiempo se han ido diluyendo los crueles
actos de infamia protagonizados por varios de estos alemanes que,
sintiéndose privilegiados por portar la calavera de las SS, daban rienda
suelta a sus más sádicas fantasías. Pero, en un intento de luchar
contra este olvido, el historiador y periodista Jesús Hernández acaba de publicar «Bestias nazis. Los verdugos de las SS» (editado por «Melusina»),
una excelente obra en la que narra, entre otras cosas, las crueles
prácticas llevadas a cabo por cinco de los oficiales más sanguinarios de
Hitler durante el Holocausto.
Así pues, Hernández nos transporta a un mundo -el de los
campos de concentración- en el que la vida de un prisionero valía menos
que la de un animal de compañía, y en donde, por muy extraño que
parezca, la muerte no era el peor de los destinos. Y es que en estos
recintos acechaban desde temibles seres enfundados en uniformes que
gozaban torturando durante semanas -y hasta el último aliento de vida- a
los cautivos hasta, incluso, extravagantes doctores nazis que
practicaban inconcebibles y mortales experimentos en personas vivas.
Tres señores de la muerte
Uno de los primeros señores de la muerte que plasma Hernández en «Bestias nazis. Los verdugos de las SS»
es Amon Göth, el popular comandante del campo de concentración de
Plaszow (ubicado en Polonia) que fue retratado por Spielberg en la
película «La lista de Schindler». Este cruel oficial vino al mundo en
1.908 y, con apenas 23 años –tan sólo 5 después de unirse a los nazis-
se convirtió en miembro de las SS.
Göth no tuvo que esperar mucho para poder demostrar su
crueldad, de hecho, una de sus primeras oportunidades le llegó cuando
tenía poco más de treinta años y recibió la orden de destruir el barrio
judío que los alemanes habían creado en Cracovia. Así, corría 1.943
cuando acabó en plena calle, y junto a sus hombres, con la vida de más
de 2.000 personas en tan sólo dos días y envió a campos de concentración
y exterminio a otras 10.000.
«"Bestias nazis" narra la vida de los nazis más crueles del III Reich»
Con todo, el autor también tiene tiempo, a lo largo de las 500 páginas que abarca su obra, para contar historias como la de Oskar Dirlewanger,
el conocido con el sobrenombre del «Verdugo de Varsovia». «Nacido en la
ciudad bávara de Wurzburgo en 1895, luchó en la Primera Guerra Mundial,
siendo herido y condecorado. Tras la guerra, Dirlewanger se doctoró en
Ciencias Políticas y en 1923 se afilió al partido nazi. Aunque trabajaba
como maestro, su vida era muy desordenada; dado a la bebida y a los
escándalos públicos, acabó condenado por violar a una menor en 1934,
reincidiendo en cuanto salió en libertad. Sus contactos en las SS le
rescataron y fue enviado a España, a luchar en la Legión Cóndor. En 1939
alcanzó una posición destacada en las SS, lo que le permitió continuar
impunemente con sus tropelías», destaca Hernández en declaraciones a «ABC».
«En 1940 se le encargó la creación de un batallón formado
por cazadores furtivos convictos. La unidad acabó aceptando delincuentes
acusados de delitos graves. En 1941 fue empleada en Rusia para luchar
contra los partisanos, en donde sus miembros pudieron dar rienda suelta a
sus impulsos criminales. El batallón fue enviado a la región de la
ciudad polaca de Lublin, convirtiéndola en escenario de saqueos,
incendios, asesinatos, violaciones y atrocidades sin límite. Los hombres
de Dirlewanger también serían empleados en la represión del
levantamiento de Varsovia en 1944, cometiendo aún mayores excesos, como
la irrupción en un hospital en donde los pacientes fueron acribillados
en sus camas y las enfermeras violadas y asesinadas. Al acabar la
guerra, Dirlewanger fue capturado por los franceses, quienes lo
entregaron a unos soldados polacos para que se tomasen cumplida
venganza. Al parecer, éstos le torturaron durante varios días, acabando
con su vida en torno al 4 de junio de 1945», sentencia el experto.
Otro de los hombres a los que Hernández dedica un centenar de sus hojas es al sanguinario Josef Mengele,
un cruel doctor nazi cuyos sádicos experimentos le convirtieron en el
terror de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz. Este
médico solía asesinar a parejas de gemelos de corta edad creyendo que,
mediante sus cuerpos, podría descubrir el secreto de la clonación
humana. A pesar de todo, Mengele no llegó a pagar por sus crímenes, pues
murió en extrañas circunstancias tras escapar de las autoridades
aliadas.
Dos ángeles del infierno
Sin embargo, la crueldad desmesurada que se ejercía contra
los presos en los campos de concentración nazis no fue, ni mucho menos,
una práctica exclusiva del género masculino. Así, es imposible no
estremecerse ante los actos realizados por personajes como la bella Ilse Köhler (llamada la «Zorra de Buchenwald»).
Esta alemana llegó al mundo en 1.906 y, a una corta edad,
quedó fascinada ante los hombres uniformados de las SS, por lo que no
dudó en solicitar el carnet del NSDAP. De cabellos pelirrojos, ojos
verdes y una extrema sensualidad, Ilse contrajo matrimonio a los 31 años
con Karl Koch, comandante del, en ese momento, recién construido campo
de concentración de Buchenwald. Por ello, la feliz pareja decidió, como
era habitual, habitar una de las casas cercanas a la prisión.
«Karl Koch vertía asfalto fundido en el ano de los prisioneros judíos»
Con todo, la «Zorra de Buchenwald» no era el único ángel de
la muerte que rondaba los campos teñidos con la sangre de los presos.
«En el libro también explico la vida de Irma Grese,
la “Bella Bestia”. Nacida en 1923, su infancia feliz se vio truncada
por el suicidio de su madre y el distanciamiento con su padre. Tras
abandonar los estudios, y trabajar en una granja y en una tienda, fue
enfermera en un hospital de las SS, en donde se vio imbuida de la
ideología nazi. De ahí pasó al campo de concentración de Ravensbrück
como guardiana, siendo destinada después a Auschwitz-Birkenau», añade
Hernández en «Bestias nazis. Los verdugos de las SS».
«Pese a su juventud, apenas 20 años, acumuló poder
rápidamente, teniendo a su cargo más de treinta mil prisioneras. Con
ellas cometería todo tipo de excesos, combinando violencia y un erotismo
perverso. A las más jóvenes las azotaba en los pechos hasta
descarnarlos, o bien las convertía en amantes suyas para enviarlas
después a la cámara de gas. A las embarazadas les ataba las piernas
juntas en el parto y asistía a su muerte, visiblemente excitada»,
destaca el autor.
Finalmente, las sanguinarias prácticas de Irma se
encontraron con la justicia aliada una vez acabada la II Guerra Mundial.
«En 1945 regresó a Ravensbrück y de ahí pasó al campo de Bergen-Belsen,
siendo capturada por los británicos. Fue sometida a juicio, en donde se
mostró como una nazi fanática. Su atractivo físico, que contrastaba con
la fealdad de las otras guardianas acusadas, le llevó a ser bautizada
por la prensa sensacionalista como la “Bella Bestia”. Grese eludió
cualquier responsabilidad en los crímenes de los que se la acusaba y
aseguró que se había limitado a cumplir con su obligación. Fue
sentenciada a muerte y ejecutada en la horca el 13 de diciembre de 1945.
Sus últimas palabras al verdugo fueron Schnell! (¡Rápido!)», sentencia
el autor español.
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