Auschwitz, el campo de exterminio que enorgullecía al nazismo
Tal día como hoy de 1944, las tropas rusas
liberaron a los pocos prisioneros que los alemanes no habían asesinado o
se habían llevado con ellos
Mujeres prisioneras en Auschwitz - AFP
Cientos y cientos de emplazamientos recuerdan en la actualidad el ultraje realizado por los nazis a lo largo de todo el mundo. Sin embargo, pocos son más tristemente conocidos que el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, el lugar en el que los seguidores de Hitler acabaron con la vida de millones de personas.
Edificado en la población de Osweicim, ubicada aproximadamente a 60 kilómetros de Cracovia,
Auschwitz tiene el vergonzoso orgullo de ser uno de los campos de
concentración nazis en los que más personas fallecieron -entre un millón
y un millón y medio de judíos, gitanos y todo tipo de enemigos del Führer-. Hoy en día, en cambio, se alza como un monumento para evitar que las atrocidades que allí se sucedieron caigan en el olvido.
Orígenes y finalidad de Auschwitz
El objetivo de crear un campo en Polonia nació
tras la toma de este país por el ejército nazi. Concretamente, se
produjo poco después de que Hitler, obsesionado con «germanizar» el
territorio conquistado, diera la orden de confinar a todos los judíos en
guetos de los que no pudieran escapar. Esta idea, unida a la necesidad
de contar con un campo de concentración para someter y aterrorizar a la
población local, fue el pistoletazo de salida para la formación de
Auschwitz.
En los crematorios se habían llegado a quemar al día 10.000 cuerpos
Sin embargo, la finalidad de este centro no fue en un comienzo la de
servir de mazmorra permanente para la población polaca. «En un
principio, Auschwitz había sido concebido como una prisión de tránsito
(…) donde mantener a los prisioneros antes de enviarlos a otro recinto del Reich;
pero apenas bastaron unos días para que quedase claro que funcionaría
como un lugar de encarcelamiento más», determina el historiador Laurence Rees en su libro «Auschwitz».
Con
la decisión tomada, en junio 1940 llegaron los primeros prisioneros al
terreno en el que, meses más tarde, se alzaría esta aberración nazi. Su
objetivo, como no podía ser de otra forma, era construir el campo de
concentración partiendo de unos sucios e infectados barracones
abandonados años antes por el ejército. Así, bajo unas condiciones
deplorables y siendo maltratados por los oficiales alemanes, cientos de
«enemigos de Hitler» dieron comienzo a las labores de construcción.
Pocos
meses después, ya había establecidas muchas de las estructuras
necesarias para la vida en el campo y la cúpula del nazismo ya había
seleccionado a un oficial para encargarse de Auschwitz: Rudolf Hess.
Entre estas primeras edificaciones, destacó por encima del resto el
denominado Bloque 11, un edificio en el que se administraban los
castigos y se llevaban a cabo las torturas a los prisioneros.
Comienzan los asesinatos
No
obstante, la cantidad de detenciones de judíos llevadas a cabo por el
ejército nazi no paraba de aumentar, por lo que, apenas un año después
(en 1941), el líder de las SS Heinrich Himmler
planteó a Hoess la necesidad de crear un nuevo campo de concentración
en el que ubicar a los nuevos presos. De esta forma, se inició la
construcción de Auschwitz-Birkenau, un centro situado a tres kilómetros del campo principal.
Este
lugar, el más conocido en la actualidad, es en el que los alemanes
comenzarían la que denominaron como la «solución final», el asesinato
indiscriminado de hombres, mujeres y niños judíos con la única finalidad
de eliminar esta raza de la faz de la tierra. A partir de ese momento
fue cuando se inició el auténtico infierno de Auschwitz.
Tras la
aprobación de la «solución final» todo se tornó negro para las miles de
personas encerradas en el campo de concentración. De hecho, en Auschwitz
vivían en condiciones infrahumanas nada menos que 100.000 prisioneros
(unos 744 por barracón, cuando lo normal era un cuarto de esta
cantidad). Puerta de entrada de Auschwitz ILas
condiciones de insalubridad (los prisioneros podían ducharse, con
suerte, una vez a la semana tras multitud de horas de trabajo) se
sumaban a la precaria situación del campo, construido encima de un
pantano. Esto hacía que, muy a menudo, el tifus asolara los barracones
acabando con toda forma de vida. Pero a lo que más miedo tenían los
prisioneros, por encima de a las enfermedades, era a los crueles
oficiales de las SS, quienes no tenían reparos en mandar a miles de
personas a las recién construidas cámaras de gas.
Así, pronto comenzaron a llegar a la estación de Auschwitz-Birkenau
los primeros trenes cargados de judíos. Allí, justo al bajar del
transporte, los nazis los dividían en dos grupos: mujeres, niños,
ancianos e incapacitados a la derecha; hombres y mujeres fuertes a la
izquierda. El primer grupo era conducido directamente a las cámaras de
gas, donde los alemanes hacían entrar a la muchedumbre bajo la promesa
de una ducha caliente. Por su parte, el resto eran dirigidos al campo,
donde eran tratados como esclavos.
La llegada de Mengele
Sin embargo, el verdadero mal llegaría a Auschwitz bajo el nombre de Josef Mengele,
un cruel doctor alemán que vio en los prisioneros del campo unos
sujetos perfectos para llevar a cabo sus crueles experimentos. «Cuando
llegó Mengele, en mayo de 1943, Auschwitz estaba abarrotado con más de
140.000 prisioneros y se extendía por kilómetros en todas direcciones»,
determinan Geral L. Posner y John Ware en su obra «Mengele. El médico de los experimentos de Hitler».
Según
cuentan los supervivientes, la crueldad de este doctor era tal que
disfrutaba acudiendo a la estación de tren cuando llegaba un transporte
para, además de decidir quien vivía y quien moría como experto médico,
buscar cobayas humanas para sus pruebas. Entre sus sujetos de
experimentación predilectos se encontraban los gemelos de corta edad, a
los que sometía a todo tipo de vejaciones.
En cambio, todo cambiaría para los nazis cuando supieron que el ejército ruso
avanzaba a pasos agigantados hacia Polonia para liberar Auschwitz.
Conocedores de los crímenes que habían cometido, el miedo les llevó a
volar los crematorios en los que, al día, se habían llegado incluso a
quemar 10.000 cuerpos.
A su vez, se deshicieron de toda la documentación existente sobre la ingente cantidad de muertos. Finalmente, abandonaron Auschwitz
el 18 de enero de 1944. Sólo nueve días después, las tropas rusas
liberaron a los pocos prisioneros que los alemanes no habían asesinado o
se habían llevado con ellos.
TOMADO DE: http://www.abc.es/historia/abci-auschwitz-campo-exterminio-enorgullecia-nazismo-201701272058_noticia.html
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